Mi solidaridad con la querida Lourdes Mendoza

El primero de junio constituye un punto de inflexión. Es cierto, el oficialismo se anotó una victoria porque logró su objetivo de adueñarse del poder judicial. Pero al mismo tiempo cosechó un gran fracaso por la escasa participación en un ejercicio plagado de irregularidades y que evidenció lo que tanto se dijo: el pueblo (que en efecto es sabio) no pidió esta reforma que culmina con la destrucción de la división de poderes y con ello de la República. La elección judicial demuestra que no fueron a las urnas los votantes necesarios para legitimar su “nuevo poder judicial”. Sólo uno de cada diez mexicanos avaló este proceso. El 10% de los participantes anuló su voto, lo que constituye una cifra sin precedentes, pero lo más grave, y ahí está la condición moral de su fracaso, es que utilizaron prácticas y aún peores de las que se denunciaron en el pasado. En los hechos le dieron la espalda al movimiento democrático que surgió en 1988 porque la batalla para que las elecciones fueran libres, independientes del gobierno, ajenas a toda práctica clientelar y corporativa, fue sepultada ante un alud de acordeones distribuidos en los beneficiarios de los programas sociales que contenían los nombres de los que a la postre resultarían victoriosos y la intervención grosera del partido en el gobierno violentando las reglas que ellos mismos establecieron.

Los resultados en Veracruz y Durango tampoco les dan razones para festejar. En la primera entidad perdieron más de 800 mil votos y en la segunda, donde se estableció de fijo el secretario de organización del partido oficial, no lograron conquistar la capital que era su gran objetivo y en la que fueron lanzados hasta el tercer lugar.

Algo pasa ahí abajo que empieza levemente a demostrar un desgaste a pesar de la maquinaria electoral del gobierno y del uso clientelar de los programas sociales. Y es ahí, en el territorio, abajo, con la gente, donde se tiene que dar la pelea y enfocar las baterías. La inseguridad, la violencia, la muerte y el miedo rondan en el país. La economía no crece, aumenta el desempleo. Las carencias en salud se agravan día con día y el sector educativo enfrenta una grave crisis. Por un lado, la CNTE desquiciando la ciudad por promesas que se le hicieron en campaña y por otro lado existe un deterioro brutal en el nivel educativo en detrimento de nuestros niños. Las causas que hay que acompañar están a la orden del día y son millones las víctimas de un gobierno que ha perdido el control de amplias franjas del país asoladas por la violencia del crimen organizado, que no ha logrado contener la ofensiva comercial de su principal socio, que sus pugnas internas —y alianzas inconfesables de ciertos actores políticos— impiden que los intentos plausibles de dar resultados en seguridad se queden en cifras maquilladas y en propaganda, y que lejos de la promesa de bienestar cada día se afecta más el bolsillo de las y los mexicanos. Ahí está la debilidad de este gigante que pareciera invencible pero que, como se vio el primero de junio, claro que puede ser derrotado por la sencilla razón de que tiene pies de barro.

Rosario Robles

Política mexicana y feminista

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