"¿Tu sueño es estudiar arqueología?" Era la pregunta principal en una publicación de la cuenta oficial del Instituto Nacional de Antropología e HistoriaINAH– en Facebook, que inesperadamente desató una avalancha de comentarios controversiales. La pregunta, publicada el 7 de febrero de 2025, tenía como objetivo promocionar las convocatorias para la carrera de arqueología de una de las escuelas del INAH, pero generó una reacción contraria. A través de una ola de comentarios, se hizo evidente la molestia de los profesionales del área, quienes señalaron la precariedad laboral que atraviesa la arqueología mexicana.

Se trata de problemas estructurales en una de las carreras más fascinantes de México y dentro del ámbito cultural. La publicación en Facebook sirvió como desahogo para aquellos que, desde dentro del gremio arqueológico, experimentan estas condiciones. Los comentarios, entre críticas y bromas, reflejaron que la situación no solo radica en los bajos salarios o la falta de empleo, sino también en una serie de problemáticas que agravan la situación: la falta de pagos cuando existen contratos, la escasez de plazas, las limitadas oportunidades de crecimiento profesional, el acoso sistemático, el nepotismo, el influyentismo y otros factores que evidencian una situación insostenible. De continuar así, no solo se vería amenazada la profesión arqueológica, sino también la protección y conservación de los bienes culturales que se pretende resguardar.

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Hombre restaura muros en el patio noroeste del Palacio, Palenque. Foto de 1955. Crédito: Mediateca INAH.
Hombre restaura muros en el patio noroeste del Palacio, Palenque. Foto de 1955. Crédito: Mediateca INAH.

México cuenta con las generaciones de profesionales en arqueología más preparadas y especializadas de su historia, sin embargo, como señala el libro Precariedad y desaliento laboral de los jóvenes en México, coordinado por Dídimo Castillo, Jorge Arzate y Silvia Arcos, también enfrentamos fenómenos de segregación y polarización del empleo como nunca antes. Por un lado, acceder a trabajos dignos es complicado en términos generales, pero en arqueología lo es aún más debido al nicho especializado y a la legislación vigente. Los trabajos dignos no son accesibles debido a paradojas como la experiencia laboral requerida y la juventud que se exige en las contrataciones, o por los controles y condicionamientos de las instancias laborales debido a requisitos técnicos, poder político o la concentración de trabajos en pocas plazas. Por otro lado, se observa que los profesionales buscan estabilidad social y económica, lo que lleva a la continuación de estudios de posgrado, a la fuga de cerebros del país e incluso, en algunos casos, al abandono de la práctica arqueológica para incursionar en actividades económicas informales o desreguladas.

La arqueología mexicana es una profesión única en el país, pues regula la acción, manejo e intervención sobre bienes culturales por ley. La Ley Federal de Zonas y Monumentos Arqueológicos, Artísticos e Históricos establece que solo el personal acreditado y avalado por el INAH puede ejercer tales tareas –según sus artículos 18 y 30–. Este marco legal se refuerza en el Reglamento de la Ley y en los Lineamientos para la Investigación Arqueológica en México (artículos 2, 7, 7 Ter, 15, 16, 17, 18, 21 y 26). Esto se entiende en relación con la consideración de bienes paleontológicos, arqueológicos, históricos y artísticos como bienes de la nación, inalienables e imprescriptibles, y el control necesario para su manejo. Sin embargo, esta estructura limita las oportunidades laborales, ya que los puestos están concentrados en pocas instancias o proyectos específicos.

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A esta limitante se suman factores sociales como la escolaridad promedio de los profesionistas del área, el salario promedio esperado y la edad promedio de la fuerza laboral actual. Según la Encuesta Nacional de Ocupación y Empleo del Instituto Nacional de Geografía y Estadística, en el segundo trimestre de 2024, la arqueología se ejerce tras una formación académica de 18 años en promedio, con un salario promedio mensual de $8,610. La edad promedio de la fuerza laboral es de 41.6 años. Esta estadística es alarmante, pues muestra que a pesar de la alta preparación de los profesionales, los salarios siguen siendo bajos. Aunque no es una norma, existen plazas que alcanzan sueldos de hasta $27,000 al mes. Es importante señalar que estos datos corresponden a la población ocupada formalmente, pero también hay una población flotante que trabaja de manera irregular, cuyas condiciones no se reflejan en las encuestas.

Este no es un tema nuevo; se ha comentado en diversas ocasiones. Es evidente que las condiciones gremiales no han cambiado en al menos 60 años, según testimonios que se encuentran en documentos históricos como las transcripciones de las audiencias públicas de la ley de 1972, pliegos petitorios de agrupaciones sindicales y pleitos legales. Pero la situación es aún más preocupante, pues las demandas de mejores condiciones laborales también están acompañadas de solicitudes para mejorar las condiciones sociales de estos trabajos: se pide, de manera constante, la eliminación de la violencia en los espacios profesionales.

Las relaciones verticales generadas por la institucionalidad y el control de la contratación en el ámbito arqueológico generan violencia académica, laboral y sexual. A través de diversos canales de comunicación, se conocen casos de abusos cometidos por ciertos perfiles establecidos en puestos de poder, quienes niegan el acceso a derechos y perpetúan el mobbing, el favoritismo, la exclusión por razones de "inadecuación a los trabajos", discriminación por apariencia, condición social, orientación sexual, o el bloqueo académico bajo el pretexto de "conflictos de interés", entre otros casos. Aunque muchos de estos abusos son señalados, rara vez tienen repercusiones; en muchos casos, ni siquiera se conocen debido al miedo a represalias laborales.

Las consecuencias de estas situaciones violentas son invisibilizadas, golpeando únicamente a las personas o grupos afectados, lo que genera problemas de salud mental o crisis internas en equipos de trabajo que, por lo general, son pequeños y en los que los involucrados coinciden nuevamente con quienes les violentaron. El reconocimiento de estos problemas es una gran tarea pendiente, ya que, a pesar de que se documentan en libros como El Leviatán arqueológico: antropología de una tradición científica en México de Luis Vázquez, no existen datos oficiales ni estudios formales sobre violencia laboral y salud mental en la arqueología, como sí ocurre en países como España, Inglaterra y otros.

De este modo, nos damos cuenta de que no se trata de un caso aislado surgido de una publicación en redes sociales. El trasfondo es mucho más complejo de lo que parece, y requiere una reflexión profunda y un trabajo consciente para reformar las políticas públicas en relación con la arqueología en México. Sin duda, la arqueología es una profesión fascinante, como lo expresaron algunos de los comentarios en la publicación del INAH en Facebook. Las reacciones ante esta publicación, y otras similares, son un termómetro que refleja la inestabilidad actual y las pasiones que giran en torno a este tema. Para concluir, quiero compartir una frase del arqueólogo Armando Altamirano: "La arqueología, como cualquier otra disciplina o trabajo, se hace con pasión, porque es lo que más te llena; sin embargo, de pasión no se pagan las cuentas".

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